miércoles, 16 de febrero de 2011

Viaje de ida

Tantas son las toneladas de tierra viva y frías rocas, las que hacen a ésta parte del firmamento un lugar más alto, en donde las nubes corren a la misma velocidad que el viento y la vista al horizonte se ve interrumpida por las estéticas más rebeldes del mundo, que fueron logradas en un desconocido tiempo pretérito.
Muchos años humanos, así digo porque para la naturaleza el tiempo no corre igual, ella respira diferente.
Hubo un grupo de hombres que supo entender a este ambiente como sagrado y a las montañas como dioses, aprendieron a vivir en estos lugares de climas hostiles, solo entendibles después de ser vistos.
Pero eso fue hace muchos años, de los humanos, y hace un tiempo corto pero vertiginoso de la naturaleza.
Ahora solo podemos encontrar los rasgos que sobrevivieron de esa cultura en los pueblos más tradicionales, apartados de los efectos de la globalización dañina, donde parte de la filosofía inca, aún, hace sentir sus últimos y ahogados latidos.
La pureza de la corriente armónica de esta civilización se cortó y terminó, en parte, por que la pólvora fue más eficiente, disculpen la palabra, que el arco y la flecha.  
A pesar de todo, cualquier hombre con ideales aproximados, todavía puede encontrar la gloria y la felicidad compartida, que es la real, en ésta parte donde la tierra toca el cielo y sobre éste existe otro cielo más.
Aquí respira la vida y la muerte es solo un camino al pasado, un camino de reencuentro.
La importancia del hombre nunca va a ser superior a la de tantas toneladas de tierra viva y frías rocas.

Retrato de una imagen indeseada


Miren, miren aquí al desconsiderado, vean al mentiroso, ahora, intentando escapar de éste lugar en el que ya nada pasa, de repente dejó de pasar y salió lastimado.
Mírenlo, ahí, doloroso, arrastrándose, pero no sabe que camino tomar, si es que puede elegir.
¿Lo ven?
Da lástima.
Pero esperen, dice no ser tan malo, no ser tan egoísta, él quería que pasara pero ojos inseguros decidieron verlo así, esa es su herida.
Ahora todo quedó detenido por un tonto desacuerdo entre dos destinos diferentes.
Ahí, de ese lado, en el que nada pasa, los deseos, solo en deseos quedaron.
No son dolorosas y profundas cicatrices, sino un daño superficial, incomodo, de repercusiones internas.
Mírenlo, sigue sin poder escapar, esta encerrado en ese parte del planeta, prisionero de cariños inexpresables y otros nunca recibidos, en esa parte del mundo donde él es una copa vacía en una mesa de brindis, manos artesanas de arcilla fresca que ya no cumplen lo mandado.
Pobre, deseo que encuentre el camino seguro y qué el tiempo haga en él lo que el tiempo sabe hacer.

Las grietas del orden

“Ahí te mando un muerto”, susurró el oficial al teléfono, mientras le hacía un guiño cómplice a un colega suyo. Con un breve llamado aseguró los doscientos pesos que, por arreglo, le tendría que enviar la Funeraria ¿??? como reconocimiento por facilitarle un cliente.
El “muerto”, la muerta en realidad, era una señora de 64 años que falleció de cáncer mientras dormía la siesta en su cama matrimonial. Después de encontrar el cuerpo, su esposo marchó cinco cuadras hasta la calle Perito Moreno 3181, donde se encuentra la Comisaría Malvinas Argentinas, en la localidad de ¿?¿?¿?.
Caminó de forma pausada por la incomoda vereda, desprolija por sus desniveles, atravesó una porción del estacionamiento que da a la puerta de la comisaría, entró y pasó a la oficina del oficial de servicio. Con la cara ausente de emociones le notificó al policía la pérdida de su esposa. Éste, después de escucharlo y darle su pésame lo llevó nuevamente al estacionamiento para aconsejarle, lejos de oídos curiosos, que haga los trámites del deceso en la Funeraria ¿?¿?, para no incomodarlo con los procedimientos burocráticos que la Policía exige.
El viudo tomó el consejo y el policía avisó a la funeraria que iba un cliente en camino. Pasaron menos de dos horas desde que el oficial empezó su turno y ya contaba con 200 pesos extras, Porque como en este caso, a veces, hasta de una muerte se puede hacer negocio.
Cuando el viudo se retiró, media hora después de su llegada, a las 16, el estacionamiento estaba copado por un grupo de 20 personas que esperaban cerca de un mástil sin bandera, con bolsas hinchadas de ropa y alimentos, a que algún policía les recibiera lo que trajeron para los detenidos en el calabozo.
Lejos de la puerta principal, dos puertas de acero vigiladas las 24 horas, una enrejada de forma horizontal y la otra en forma de pequeños rombos por los que apenas pasa un dedo índice, separan a 16 hombres de la libertad.
Encerrados en tres celdas diferentes, separadas entre ellas por dos paredes, los detenidos tienen tanto espacio de movilidad como el que puede tener un bebe dentro de una cuna. En realidad menos, en este caso serían cinco en una.  Esta zona, en donde el oxígeno parece acabarse con sólo dos bocanadas y la inmovilidad, a causa del espacio reducido que adormece los músculos y enturbia los pensamientos, resulta asfixiante.
Uno de ellos lleva seis meses encerrado, pero todos están procesados y esperando su condena.
Lejos de los calabozos hay otra celda para los detenidos de forma transitoria, es más chica que las otras y siempre está a oscuras, porque el único foco tiene hay está quemado. En aquel momento había dos personas detenidas, ambas por transitar en la calle con drogas. Más tarde se sumará otro más por provocar una pelea.
Cerca de las 21, cuando el sol ya se había ocultado y el frío de la noche comenzaba a actuar sobre la piel, un llamado a la comisaría informó de una pelea entre inquilinos. Inmediatamente un patrullero fue hacia el lugar para controlar la situación en la que había dos personas con heridas graves. Todos los implicados fueron llamados a declarar, pero sólo uno quedó detenido por tener una causa abierta y ser denunciado en el momento por su esposa.
Mientras tanto los demás esperaban a dar su declaración en la oficina del oficial de servicio, una habitación de paredes cubiertas hasta la mitad por machimbre viejo y el resto pintado de un color rosa impreciso que, llegando hacia una de las esquinas con el techo, se vuelve amarronado a causa de la humedad. Sonaban continuamente dos viejas impresoras que rechinaban de forma aguda de manera que, a cualquier persona que permanezca ahí más de una hora, le afectaría a su equilibrio nervioso.
La primera en hablar con el oficial fue la pareja del detenido que, llorando  y temiendo a que cuando él saliera la golpeara, le contaba a los policías que la pelea comenzó cuando su novio fue a sacar por medio de la fuerza a los inquilinos de un local del que ella era propietaria, por que estaban atrasados hace dos meses con el pago. Estaba asustada, por que sabía que no lo podían retener hasta el día siguiente y le suplicaba a los policías que lo hicieran, aunque no pudieran hacerle ese favor.
Afuera, en el estacionamiento, tres personas seguían esperando a que liberaran a uno de los detenidos en la celda “de paso”, que hacía 14 horas estaba retenido porque en un control le encontraron una “tiza”, que son 10 gramos de cocaína. “Tiene una horita más ahí adentro señora”, le advirtió un cabo – eran las 21.40 cuando lo dijo- a la madre, que estaba esperando junto con dos nenas.
 Cerca de la medianoche, el ruido tortuoso de las viejas impresoras de la oficina había disminuido. En ese momento, lejos del ritmo vertiginoso de la tarde, se escuchaban canciones y el ruido del teclado de alguna de las tres computadoras donde se tipeaban los últimos informes. El ambiente era más relajado, la comisaría estaba casi vacía.
Era la 1 cuando aprovecharon para pedir la cena. El comedor era una habitación de paredes azules con marcas llamativas, estaba repleta de pocitos totalmente idénticos; tenía una mesa de algarrobo y algunas banquetas que parecías cajones de verdulería.
Eran cinco en la mesa, cuatro hombres y una mujer de 26 años que sabía comportarse como una dama en un lugar donde la rudeza es casi necesaria. Su belleza atraía y retenía las miradas ávidas de sus compañeros, que intentaban disimular su atracción.
Después de terminar la comida, dos de ellos tomaron su trago preferido, que habían mandado a traer de un boliche en el que un compañero hacía custodia. Relajados, comenzaron a contar anécdotas del trabajo, que dejan en claro que sus principios y valores en algún momento se agrietaron.
Todos aseguran que ser policía es un trabajo que  “insensibiliza” y que, dada a la cantidad de horas de trabajo, su círculo social muchas veces se reduce a “los azules”, por eso se “defienden a muerte” entre ellos.
 “Lo único en lo que estas pensando es en hacer negocio con todo -confesó un teniente- . En un tiempo jugábamos con los bomberos, por que esos también son buitres, a quién armaba primero los cuerpos para agarrar anillos, cadenitas o ver si tenían plata encima. Total los muertos ya no la necesitan”.
    “Una ves tuvimos que buscar a un tipo que fue pisado por el tren y ‘don poli’ estaba ahí tirado intentando buscar algo en el cuerpo, que estaba enganchado entre los hierros de las ruedas, pero el bombero encontró primero la mano, trajo una tenaza, le cortó el dedo y se quedó con el anillo de oro”, recordó, para que no queden dudas de su anterior comentario.
Después de este descanso se retiraron a seguir con lo suyo que, a esta altura, es difícil saber qué es. Pero antes le dijeron, medio en broma, medio en serio, al único ajeno a la fuerza: “Vos, ojo con lo que escuchaste acá, mira que sabemos como encontrarte”. Éste último ya sentía poca seguridad ahí adentro y por precaución dejó de hacer preguntas.