miércoles, 16 de febrero de 2011

Viaje de ida

Tantas son las toneladas de tierra viva y frías rocas, las que hacen a ésta parte del firmamento un lugar más alto, en donde las nubes corren a la misma velocidad que el viento y la vista al horizonte se ve interrumpida por las estéticas más rebeldes del mundo, que fueron logradas en un desconocido tiempo pretérito.
Muchos años humanos, así digo porque para la naturaleza el tiempo no corre igual, ella respira diferente.
Hubo un grupo de hombres que supo entender a este ambiente como sagrado y a las montañas como dioses, aprendieron a vivir en estos lugares de climas hostiles, solo entendibles después de ser vistos.
Pero eso fue hace muchos años, de los humanos, y hace un tiempo corto pero vertiginoso de la naturaleza.
Ahora solo podemos encontrar los rasgos que sobrevivieron de esa cultura en los pueblos más tradicionales, apartados de los efectos de la globalización dañina, donde parte de la filosofía inca, aún, hace sentir sus últimos y ahogados latidos.
La pureza de la corriente armónica de esta civilización se cortó y terminó, en parte, por que la pólvora fue más eficiente, disculpen la palabra, que el arco y la flecha.  
A pesar de todo, cualquier hombre con ideales aproximados, todavía puede encontrar la gloria y la felicidad compartida, que es la real, en ésta parte donde la tierra toca el cielo y sobre éste existe otro cielo más.
Aquí respira la vida y la muerte es solo un camino al pasado, un camino de reencuentro.
La importancia del hombre nunca va a ser superior a la de tantas toneladas de tierra viva y frías rocas.

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